
Blaise Pascal en un día regular
Tengo la manía de resaltar que fui el primero en descubrir algo; me pasa con artistas, productos, futbolistas… No sólo eso, si no que cuando el descubrimiento en cuestión tiende a la adopción masiva, a lo mainstream, me deja de interesar. Sé que no estoy solo en esto y que peco precisamente de caer en el cliché con un tema tan sobado, pero simplemente quería constatar que me encuentro en ese grupo de gilipollas. Seguramente tú, que me lees, seas también otro gilipollas. Al fin y al cabo, ¿quién entraría en un blog de este estilo que no sea o bien amigo mío o bien un perfecto imbécil que valora la imperfecta originalidad y el chisporroteante olor a nuevo de lo que escribo? Pensándolo bien, la mayoría de mis amigos son también unos gilipollas –de distintas ramas, pero gilipollas –así que estamos en familia. Puedes estar tranquile; quítate los zapatos, pon los pies en alto y relájate. Nadie te va a juzgar en este espacio.
Uno de los productos de los que fui early adopter fue Twitter. Mi primera acción: escribir un DM –o un tweet, no lo recuerdo– a la superestrella del reggaetón Big Yamo. Seguramente lo recordaréis por éxitos como Entre la playa ella y yo o el más de culto Tocarte Toa. El colombiano tuvo el detalle de responder a su joven admirador del otro lado del Atlántico. Todo un honor, un recuerdo que guardo como las ciudades en miniatura encapsuladas en una bola de cristal en el fondo de mi memoria. Además, me permite la filigrana de fardar delante de las chicas cuando al DJ de turno se le ocurre pincharla de cierre de fiesta de pueblo a las 7 de la mañana. ¿Sabías que Big Yamo me respondió por Twitter en 2011?, he dicho mientras luchaba por sostenerme en pie, con la lengua trabada y las pupilas brillantes. Creo que nunca ha funcionado, no sé muy bien por qué. Invadido por la melancolía primaveral –la primavera no se caracteriza por la melancolía, pero yo sí– entré en su perfil de Spotify y fue entonces cuando me llevé una lección: ¡Yamir Enrique Chartuni Castro (Big Yamo) es graduado en ingeniería civil! ¿Cómo no pude ver que el autor de Haciendo música sin sabe pa’kién era nada más y nada menos que un ingeniero?
A mí me gustaría leer, pero no sé por donde empezar. Me iría bien algo así como un Netflix de libros, ¿sabes? Que me recomiende lo que me gusta sin perder tiempo. Contemplaba atónito a un compañero de trabajo mientras apuraba mi vermut en una bodega en el barrio de Sant Antoni. Sólo puede contestar con un escueto Ya…, pero deseaba levantarme de aquella mesa y no volver jamás. A santo de qué te va a parecer bien lo que acabas de soltar, amigo. ¿Cómo vas a desafiar los males del sistema capitalista si no es a través del extremadamente ineficiente, variable, ilógico, errante proceso de comprar libros en una librería? Que si te gusta el color, que si tiene la fecha de tu cumpleaños, que si el apellido te resulta divertido… Horas y horas –producción, dinero, coste de oportunidad– perdidas sin saber muy bien para qué. ¡Qué Maravilla!
Y es que leer sin orden ni rumbo es felicidad. Bajar a los infiernos junto a Pirandello cuando su esposa critica su nariz, que esa misma nariz coja vida y te supere de rango y vida social en un cuento de Gógol, que cuando tu buena amiga siciliana –de las pocas excepciones al primer párrafo– te explique que un tipo le ha dicho que tiene fetichismo hacia las narices grandes, así italianas, como la tuya seas incapaz de pensar en otra cosa que no sea primero la nariz, después los genitales como escribió Szymborska. ¿Y por qué os cuento esto ahora? Pues ni idea. Bueno, a quién voy a engañar, claro que lo sé. Porque quiero deciros que la literatura es lo único que está escrito, pero todo lo demás no. No te dejes engañar por el discurso materialista de que la vida está determinada, el desenlace: lógico. Huye de triunfalismos, rechaza la dialéctica. Que no existe un libro para ti ni los reggaetoneros tienen que carecer de estudios. Abraza el idealismo –el bueno, el contemplativo– simplemente porque la alternativa es aterradora. Y sí, la columna me ha quedado (aún) más descuadrada de lo habitual, pero necesitaba dejar esto escrito. Podréis criticar con razón que el argumento es frágil y puede recordar a la Apuesta de Pascal que justifica la creencia en Dios. Lo aceptaré humildemente. De hecho, me están entrando ganas de creer en Dios. Creo que debería empezar por confesarme, pero por falta de espacio mejor lo dejaré para otro día.
Deja una respuesta