V. Desorden

Dos cepillos de dientes

Hola a todos, ¿Cómo estáis? ¿Bien? Disculpad mi ausencia, pero he estado disfrutando de unas breves vacaciones. Quizás alguno pueda pensar que tres meses se merece un calificativo distinto a “breve”, pero vengo preparado con un chaleco de excusas. Hasta septiembre estuve efectivamente de vacaciones y fue al volver cuando en medio de la noche se desplomo mi televisor de la pared. “¿Y qué tiene que ver esto ahora?” os preguntaréis. Pues todo, un ligero desorden que provoca que mi estabilidad mental se derrumbe. Ese árbol cortado en tu calle que te hace pensar que te has equivocado de dirección. El cambio de gafas de la profesora de matemáticas. El cepillo de dientes que se fue con ella… Bueno, quizás con esta me he colado. Al caso, un hueco en la pared me ha jodido el septiembre.

Debéis admitir también que el contexto actual tampoco ayuda a poner las cosas en su sitio.  Me han subido 50 céntimos el gin tonic y mi peluquero se ha ido a vivir a Argentina. Hay mundial en noviembre y, por si fuera poco, ¡el Barça ha jugado una final en Octubre! Tengo que reconocer que esto último no termina de desagradarme. En la vida las finales no solo se juegan en mayo, simplemente aparecen. Y el mínimo símil entre fútbol y vida me reconforta especialmente y sirve para justificarme ante mis amigos no futboleros. De la misma manera, en la vida las finales también se pierden en otoño. Sea como fuere, espero que me entendáis cuando os digo que me encuentro desorientado.

Por suerte para mi blog, me llega la ayuda en forma de un aliado ambiental; el frío. Una rectitud pública obligada por el hecho de llevar abrigo y es que el mismo tallaje de los hombros te hace corregir la postura corporal. Es ponerse un capote y sentirse como un coronel finlandés durante la Guerra de Invierno. Y en la intimidad de casa la cosa no mejora demasiado. Mantita y té calentito, ni rastro del incontenible vigor estival. Visualizo a las personas como pequeñas moléculas de H2O rebotando alocadas entre ellas cuando un agente externo decide ralentizarlas hasta quedar completamente inmóviles. Si solo existiese un dios debería ser el frío.

En la mitología griega este papel lo ocupaba Bóreas, del que dicen su disputa amorosa con Pan surgieron los pinos. Algunos achacan al primero la muerte de Pitis mientras otros defienden su inocencia en este irresoluto crimen pasional. En este segundo grupo se encuentra el humanista francés François Rabelais. De su defensa de Bóreas podríamos decir que se trata sencillamente de las fuentes consultadas, pero yo creo que había algo más. Rabelais fue médico, escritor y monje. Cambió de orden monacal debido a su excesivo libertinaje intelectual para el siglo XVI y se burló de todo y de todos de boca de sus dos personajes más conocidos; Gargantúa y Pantagruel. Y fue precisamente su constante balanceo en la cuerda floja, su equilibrismo sobre la línea de la herejía, lo que lo empujó a defender el frío. Porque algunas personas lo necesitan, incapaces de refrenarse encuentran en la bajada del mercurio un lugar para invernar hasta que llegue el carnaval.

Y en esa situación me encuentro. Un Ora et Labora benedictino que permite evitar que me despidan, mis amigos se harten de mí y se me caiga el pelo. Escribir más y salir menos. No por lo explicado anteriormente había dejado de pensar en vosotros, ni mucho menos. Mi cabeza siguió generando ideas para mis columnas de manera continuada; la persistencia de la neumonía como causa de muerte en personajes históricos y literarios eslavos durante mi estancia por el Báltico, una reflexión sobre la estética del limbo o la exagerada presencia de la letra p en las palabras del campo semántico de la opulencia. Unas columnas en cualquier caso que nunca escribiré, pero que quizás existirían si fuese polaco. Decía Mercè Rodoreda de Ginebra, ciudad en la que residió tras el exilio, que “era una ciudad muy aburrida, perfecta para escribir”. Barcelona es demasiado calurosa y excéntrica y como todo buen habitante de la ciudad sabe, la culpa de todo lo que ocurra la tiene la alcaldesa. Así que ya sabes, Ada, vete pagándome una tele nueva.

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