• VIII. Ideal Femenino

    La lista.

    Uno de mis mejores amigos se ha quedado soltero tras volver de su periplo capitalino. Lejos de resignarse, muestra un mood for love envidiable azorado por la estupenda primavera que ilumina las calles de l’Eixample y ha hecho florecer unos árboles de flores violáceas como por arte de magia. Juro que cuando me fui de viaje por Pascua no había ninguna, un yermo. Ahora la toma aérea de las avenidas debe asemejarse a un tapiz de palacio imperial napoleónico con tanto verde púrpura. Las flores son como los amores; un día simplemente aparecen. He escrito una lista, las cosas que quiero de mi futura mujer, quizás debería ponérmela en Tinder, comentó orgulloso mientras nos pasábamos ojipláticos su teléfono móvil con la wishlist escrita en una nota. Silencio incómodo y gargantas aquejadas repentinamente. A ver, está muy bien que lo escribas, pero como publiques esto te van a cancelar, advertí. Por supuesto mi crítica egoísta tenía como fin no sólo proteger una potencial carrera política de mi amigo, si no ser yo quien publicara la lista. Así conservas tu anonimato, utilicé como táctica. Mi amigo no es imbécil y sabía de sobras que mis argumentos carecían de sentido, pero le va la marcha y terminó por darme permiso. Además, cada vez me parece menos grave.

    Como anillo al dedo me vino la fantástica Les demoiselles de Rochefort. Aparece el pintor-poeta en escena. ¿Lo has encontrado ya?, le pregunta la atractiva camarera del aparente único bar de Rocherfort. No, sigo buscando, responde el esperanzado marino. ¿Qué es lo que busca?, preguntan atónitos los recién llegados feriantes. Su ideal femenino. A diferencia del pintor-poeta que refleja sus deseos en un cuadro que, oh, casualidad, es el rostro clavado de la bailarina protagonista, nuestro financiero-escribano ha decidido escribir una carta a los reyes magos. Este año he sido bueno y pido una mujer que me quiera (y que cumpla una cosa o dos). Pero no hemos venido aquí a juzgarle. ¿Hay algo malo en perseguir un ideal? Poco. Qué puede ser lo peor, ¿no encontrarlo? Creo que hemos dejado claro en este blog que nos importa un carajo el fracaso. Mejor lo absurdo de hacerlo que lo absurdo de no hacerlo. ¿Qué el ideal puede resultar excluyente e hiriente para minorías y mayorías como resultado de las presiones sociales que moldean sobremanera a la mujer perfecta? Puede ser, pero no me parece el caso, así que vamos a intentar ayudarle. Por vuestra parte, ojos y orejas muy abiertas para poder reconocer a su ideal femenino entre vuestros conocidos o en la cola del autobús. Por mi parte, un breve análisis y recomendaciones.

    Para mejorar la digestión de esta lista de deseos tan… efervescente, agruparemos los conceptos en bloques. Ideal Aparente Objetivo-Subjetivo; que sea mona y tenga pocos/ningún tatuaje o piercing. Lo segundo fácil, salta a la vista. Quizás reprobable, pero fácil. Lo primero poco podemos hacer. ¿Haces una lista con objetivo de filtrar y lo primero que pones es la frase más subjetiva posible? Bueno, allá tú. Quiero suponer que en ningún caso se referirá a mona como especie, una unión humano-primate. Puede parecer una tontería, pero él es un profundo liberal y recuerdo una discusión sobre si se debiera prohibir practicar sexo con animales. Sigamos. Ideal de Hábitos; que beba y no fume. Como fumador duele, más legítimo. Fácil comprobación: pide que te eche el aliento en la cara. El alcohol puede tapar el olor a tabaco, si es el caso olfatea sus dedos. Ideal Socioeconómico: política, ambiciosa, que quiera hijos, pero no boda y dispuesta a moverse un tiempo de país con perspectiva de volver a Barcelona. Buf, que pereza. Eso mejor dilo a partir de la segunda cita. Pasamos al siguiente. Ideal Afectivo; extrovertida, flexible, social y activa en la cama. Esto me gusta más. De hecho, tú que me conoces, sabes que te puedo ayudar a confirmar cualquiera de los puntos propuestos. Ideal Lingüístico; que hable/le guste el inglés y el catalán. Me imagino por donde vas, pero así leído resulta raro. Como idea de comprobación te sugiero la técnica del rey-poeta de Sevilla, al-Mutámid. Dice la leyenda que, improvisando poesía a orillas del Guadalquivir, la bella Itimad Al-Rumaikyya robó su corazón al completar sus versos. De la misma manera puedes utilizar frases reconocibles para que alguien las complete. Un ejemplo: bajar Passeig de Gràcia gritando ¡Vent de Gregal…!, esperando que te contesten ¡ni peix ni pardal!, mientras lo intercalas con It is a truth universally acknowledged…! con el que matarás varios pájaros de un tiro. No se me ocurre ningún perfil más solapante para tu diagrama de Venn que una mujer con gusto por la literatura victoriana. Ideal Fetichista: que le ponga cachonda una visión deficiente (?) y películas en VO. Que le gusten hombres con 6 dipotries. Imagino que lo escribiste sin gafas. Por eso no te preocupes, la producción cultural de este siglo ha hecho mucho para que los cuatro-ojos podáis disfrutar de las mismas oportunidades que el resto, si no superiores. Lo que en la prehistoria te haría morir ante el primer depredador que pasara por delante ahora es signo de seriedad e inteligencia. Egregio varón diría fumando en pipa Ortega y Gasset. Tengo que decirte que no me esperaba que te fueses a refugiar en tener mala vista para incrustarte en una minoría. Ninguna chica me quiere porque llevo lentillas, dijo al borde del llanto y con la voz entrecortada el guapo y acaudalado hombre blanco heterosexual en su trágica, y brutal, desesperación. Los Fetichistas Anónimos de Cristina Peri Rossi me han hecho bastante tolerante con los gustos particulares, pero alguien con fijación por mujeres que ven películas en versión original me resulta bastante sorprendente. Sea como fuere, también sencillo. Escóndete tras un árbol a la salido del Verdi, Phenomena o la filmoteca hasta que salga una mujer mona para asaltarle con tu galantería.

    ¿Dónde estará, dónde estará? ¿Estará en Barcelona o en Rochefort? ¿Estará acompañada o esperando mi amor?, canturrea nuestro financiero-escribano con pantalones ajustados y colores neutros en su vuelta en patinete desde la oficina. Tengo buenas noticias, creo que está cerca. Escribe Peri Rossi que en el amor, y en el boxeo, todo es cuestión de distancia. Si está lejos: sufre, se entristece, se desvela y escribe poemas. Por lo que tengo entendido tú no escribes poemas —la lista podría ser una especie de poema encuadrado en la literatura posliberal-tecnológica, pero a falta de perspectiva histórica es arriesgado tomar partido— todavía. En cambio, cuando está cerca: se excita, se asusta, se obnubila, dice tonterías y se echa a temblar. Ahí sí que te reconozco. Podría decir que nunca te he visto tan obnubilado. Tu ideal debe estar en tu bloque de pisos si me apuras. Bromas fuera, te deseo suerte, amigo. Sé que no la necesitas y que acabarás encontrándola. Como escribió Jacques Prévert en el universo paralelo en el que nace en Sants, Barcelona es massa petita per un amor tan gran.

  • VII. Antimateria

    Blaise Pascal en un día regular

    Tengo la manía de resaltar que fui el primero en descubrir algo; me pasa con artistas, productos, futbolistas… No sólo eso, si no que cuando el descubrimiento en cuestión tiende a la adopción masiva, a lo mainstream, me deja de interesar. Sé que no estoy solo en esto y que peco precisamente de caer en el cliché con un tema tan sobado, pero simplemente quería constatar que me encuentro en ese grupo de gilipollas. Seguramente tú, que me lees, seas también otro gilipollas. Al fin y al cabo, ¿quién entraría en un blog de este estilo que no sea o bien amigo mío o bien un perfecto imbécil que valora la imperfecta originalidad y el chisporroteante olor a nuevo de lo que escribo? Pensándolo bien, la mayoría de mis amigos son también unos gilipollas –de distintas ramas, pero gilipollas –así que estamos en familia. Puedes estar tranquile; quítate los zapatos, pon los pies en alto y relájate. Nadie te va a juzgar en este espacio.

    Uno de los productos de los que fui early adopter fue Twitter. Mi primera acción: escribir un DM –o un tweet, no lo recuerdo– a la superestrella del reggaetón Big Yamo. Seguramente lo recordaréis por éxitos como Entre la playa ella y yo o el más de culto Tocarte Toa. El colombiano tuvo el detalle de responder a su joven admirador del otro lado del Atlántico. Todo un honor, un recuerdo que guardo como las ciudades en miniatura encapsuladas en una bola de cristal en el fondo de mi memoria. Además, me permite la filigrana de fardar delante de las chicas cuando al DJ de turno se le ocurre pincharla de cierre de fiesta de pueblo a las 7 de la mañana. ¿Sabías que Big Yamo me respondió por Twitter en 2011?, he dicho mientras luchaba por sostenerme en pie, con la lengua trabada y las pupilas brillantes. Creo que nunca ha funcionado, no sé muy bien por qué. Invadido por la melancolía primaveral –la primavera no se caracteriza por la melancolía, pero yo sí– entré en su perfil de Spotify y fue entonces cuando me llevé una lección: ¡Yamir Enrique Chartuni Castro (Big Yamo) es graduado en ingeniería civil! ¿Cómo no pude ver que el autor de Haciendo música sin sabe pa’kién era nada más y nada menos que un ingeniero?

    A mí me gustaría leer, pero no sé por donde empezar. Me iría bien algo así como un Netflix de libros, ¿sabes? Que me recomiende lo que me gusta sin perder tiempo. Contemplaba atónito a un compañero de trabajo mientras apuraba mi vermut en una bodega en el barrio de Sant Antoni. Sólo puede contestar con un escueto Ya…, pero deseaba levantarme de aquella mesa y no volver jamás. A santo de qué te va a parecer bien lo que acabas de soltar, amigo. ¿Cómo vas a desafiar los males del sistema capitalista si no es a través del extremadamente ineficiente, variable, ilógico, errante proceso de comprar libros en una librería? Que si te gusta el color, que si tiene la fecha de tu cumpleaños, que si el apellido te resulta divertido… Horas y horas –producción, dinero, coste de oportunidad– perdidas sin saber muy bien para qué. ¡Qué Maravilla!

    Y es que leer sin orden ni rumbo es felicidad. Bajar a los infiernos junto a Pirandello cuando su esposa critica su nariz, que esa misma nariz coja vida y te supere de rango y vida social en un cuento de Gógol, que cuando tu buena amiga siciliana –de las pocas excepciones al primer párrafo– te explique que un tipo le ha dicho que tiene fetichismo hacia las narices grandes, así italianas, como la tuya seas incapaz de pensar en otra cosa que no sea primero la nariz, después los genitales como escribió Szymborska. ¿Y por qué os cuento esto ahora? Pues ni idea. Bueno, a quién voy a engañar, claro que lo sé. Porque quiero deciros que la literatura es lo único que está escrito, pero todo lo demás no. No te dejes engañar por el discurso materialista de que la vida está determinada, el desenlace: lógico. Huye de triunfalismos, rechaza la dialéctica. Que no existe un libro para ti ni los reggaetoneros tienen que carecer de estudios. Abraza el idealismo –el bueno, el contemplativo– simplemente porque la alternativa es aterradora. Y sí, la columna me ha quedado (aún) más descuadrada de lo habitual, pero necesitaba dejar esto escrito. Podréis criticar con razón que el argumento es frágil y puede recordar a la Apuesta de Pascal que justifica la creencia en Dios. Lo aceptaré humildemente. De hecho, me están entrando ganas de creer en Dios. Creo que debería empezar por confesarme, pero por falta de espacio mejor lo dejaré para otro día.

  • VI. Desdichados

    La gallina ciega, Francisco de Goya (1789)

    Hay ocasiones en las que no puedo despegar mi oído de las conversaciones ajenas. No porque sea especialmente chismoso –sólo lo justo, como todos– si no por la inherente soledad de las adicciones. No os preocupéis, todas mis adicciones son completamente legales y se pueden adquirir en vuestro supermercado o estanco más cercano. Quizás mis únicos momentos de lucidez genuina sean aquellos en los que bebo café, me fumo un cigarro o me tomo una copa. Si lo piensas bien tiene hasta sentido, es el momento en el que tu cerebro pasa de “quiero fumar” a “que cantidad de plantas hay en el balcón de la vecina”.

    Disfrutando de un sun break en la oficina –término del que exigiré la autoría cuando aparezca en algún panfleto bajo el titular Qué es un sun break y por qué deberías empezar a hacerlo ahora mismo– me encontré escuchando conversaciones pasajeras que duraban apenas segundos. Palabras efímeras captadas a medida que mis compañeros entraban y salían de mi campo auditivo en su camino al comedor. De entre ellas hubo unas que destacaron por encima del resto. De la intensísima charla entre dos amigas –sobre desamor, un cliente o vete tú a saber qué– sólo pude salvar cuatro palabras que me bastaron para dedicar mi semana a la reflexión : Borrador y cuenta nueva. Difícil dar tanto con tan poco. Aún encima, he estado leyendo a Mishima.

    Yukio Mishima nació en Tokio en 1925, creció en tiempos de guerra, vivió en posguerra y murió de manera rocambolesca en 1970. Personaje singular donde los haya pasó de una misoginia exacerbada a la búsqueda de la excelencia estética. La belleza como fin en sí mismo. De un chico enclenque y un tanto nerdy a un mamao de gimnasio maníaco con su físico. Icono LGTBI, ultranacionalista y obsesionado con la idea de una muerte mayestática. Una vida indescifrable, inseparable de su obra, insuperablemente sintetizada por sus propias palabras: “Quiero hacer de mi vida un poema”.

    Ante lo que observaba como un declive de los valores tradicionales japoneses, Mishima urdió un plan para reinstaurar el poder del emperador. Formó una milicia de trescientos hombres a los que preparó incansablemente y en el primer año de la década de 1970 interpretó el acto final de su obra. Se infiltró junto a cuatro de sus seguidores en un cuartel en Tokio donde amarraron y amordazaron al general. Salió desarmado al balcón que daba a su platea particular donde leyó su discurso ante las miradas de incomprensión de propios y extraños. La reacción fue un sentimiento unánime de estar presenciando algo entre lo grotesco y lo absurdo. Una vez pronunciadas sus inocuas palabras entró de nuevo al despacho, desenfundó su katana y se hizo el harakiri tras el cual uno de sus acompañantes le decapitó. Eso si que es borrón y cuenta nueva.

    Nos conocimos por Hinge hace dos meses, me respondió al unísono una pareja de ingleses bajo la lluvia dominical que nos arrinconaba en un antro del Raval. La app de citas diseñada para ser borrada, comenté orgulloso recordando su claim comercial. Ella, una chica rubia con gafas octogonales que trabajaba en marketing para una startup. Él, moreno y con melena desenfadada experto en la gestión de residuos. ¿Hubo sexo en la primera cita? Recordaron soberbios su primera noche de pasión y presumieron de su enamoramiento ante mi atrevido cuestionario. Sobre todo, ella, que reía con mis estúpidas bromas y disfrutaba desnudando su amor ante mi actitud de voyeur. El chico por el contrario aparecía más misterioso. Y entonces, ¿habéis borrado la app?

    Cada vez resulta más difícil eliminar nuestro rastro. La presente revolución tecnológica ha propiciado un contexto donde nuestra vida queda registrada hasta el último detalle. Las propias empresas o, mejor dicho, la personas que toman decisiones en las empresas muestran un interés perverso en conservar nuestros datos pasándose por el forro el derecho a la intimidad. Y lo que veo aún más peligroso, el derecho a cambiar. Si no me creéis tratad de borrar vuestra cuenta de Facebook, cancelar vuestro mes de suscripción gratuita en el medio digital de turno o eliminar del blog de vuestro instituto una ridícula viñeta que hicisteis con quince años y que Google decide listar como primera referencia cuando tecleáis vuestro nombre. Os aviso, es complicado.

    Y ahora, además, nuestra información cuenta con su propio vertedero. Un lugar donde va a parar todo lo que aparezca durante una fracción de segundo en alguna base de datos; los motores de aprendizaje de la inteligencia artificial. No son más que rémoras, ballenas con la boca abierta consumiendo plancton digital. Tu colega que practica la pesca de arrastre cuando va a cerrar la discoteca. Sin filtro. Carne y pescado. A doble espada. Inclusos estas palabras mismas van a ir directas a los opacos modelos de machine learning en el momento que apriete el botón de publicar. TODAS estas palabras, ¡con la cantidad de tonterías que acabo de soltar! Pienso en mi fugaz amiga inglesa cuando se entere que su novio mantiene Hinge instalado en un Huawei escondido en el armario.

    -Hola, ChatGPT. Dame un consejo para superar una ruptura como si fueras mi mejor amiga.

    +Tía, no te ralles. Borrador y cuenta nueva.

    -Ahora como si fueses Mishima.

    +Apúntate al gym o clávate una espada en la barriga.

    -Por último, como si fueses mi fugaz amigo barcelonés.  

    +Sun breaks. Sobre todo, sun breaks. Eso es lo verdaderamente importante. Y no utilices más Hinge. Los directivos de las empresas que utilizan algún [insertcolor]washing como estrategia de marketing no son más que unos cínicos embaucadores. Y ya que estoy te dejo mi número de teléfono. Si te pasas por Barcelona escríbeme y nos tomamos una. Venga, guapa. Un besito. Nos vemos pronto. Xx.

    ¡Qué tiempo nos ha tocado vivir! No vamos –presumiblemente– a morir ardiendo en una hoguera por pensar que La Tierra es una esfera y mi hija Olivia –no tengo hijos– podrá estudiar química si así lo decidiera, pero el precio a pagar me parece exagerado. No me da la gana aceptar que un grupo de empresas americanas –o chinas, dependiendo de donde marque mis GPS– sepan de qué color son mis calzoncillos. Eso es que escondes algo o A Jeff Bezos no le importa la vida de un irrelevante joven de Barcelona de cualidades promedias que vota en blanco. Si eres de estos, por mi parte te puedes ir a pastar. Quiero mi libertad para hacer y deshacer, decir y desdecir, negar a ultranza actos que he cometido y palabras que han salido de mi boca. Quiero mi derecho a ser irresponsable sin consecuencias. Porque sí, porque no me va bien ser responsable ahora mismo. Mi derecho a mantener los juicios morales dentro de mí. Y por supuesto perder muchos de esos juicios.

    Ya sé que el registro de mis caras en FaceID da indicios de vacío existencial y la biométrica del arqueo de mis cejas coincide con la del 70% de los usuarios que han buscado Ansiolíticos sin receta en Barcelona en el último mes, pero Señor Apple, no recuerdo haberle dado permiso para que me recomiende un psicólogo. Y no, no quiero tener nada que ver con todos los que veis estos cambios como progreso. Aquellos que os paseáis con la cabeza alta y con el alma impía y vuestras impolutas conciencias en el tercer planeta del Sol. ¡Eres un exagerado!, pensaréis algunos. Es probable, pero al menos quiero decidir el qué, cómo y con quién se comparte cuando se trata de mí. Creo que no pido tanto. Espero que notéis que marco una línea entre lo que publican en tu nombre y/o te roban descaradamente | de lo que uno decide publicar. Lo segundo, pasa. Podríamos argumentar un sinfín de motivos por los que no pasa: la edad, las circunstancias… Pero bueno, pasa. En cuanto a lo primero espero que estemos todos de acuerdo en que es innegociable. Si es que ya lo dice el refrán: no había mejor goma de borrar que la del tiempo.

  • V. Desorden

    Dos cepillos de dientes

    Hola a todos, ¿Cómo estáis? ¿Bien? Disculpad mi ausencia, pero he estado disfrutando de unas breves vacaciones. Quizás alguno pueda pensar que tres meses se merece un calificativo distinto a “breve”, pero vengo preparado con un chaleco de excusas. Hasta septiembre estuve efectivamente de vacaciones y fue al volver cuando en medio de la noche se desplomo mi televisor de la pared. “¿Y qué tiene que ver esto ahora?” os preguntaréis. Pues todo, un ligero desorden que provoca que mi estabilidad mental se derrumbe. Ese árbol cortado en tu calle que te hace pensar que te has equivocado de dirección. El cambio de gafas de la profesora de matemáticas. El cepillo de dientes que se fue con ella… Bueno, quizás con esta me he colado. Al caso, un hueco en la pared me ha jodido el septiembre.

    Debéis admitir también que el contexto actual tampoco ayuda a poner las cosas en su sitio.  Me han subido 50 céntimos el gin tonic y mi peluquero se ha ido a vivir a Argentina. Hay mundial en noviembre y, por si fuera poco, ¡el Barça ha jugado una final en Octubre! Tengo que reconocer que esto último no termina de desagradarme. En la vida las finales no solo se juegan en mayo, simplemente aparecen. Y el mínimo símil entre fútbol y vida me reconforta especialmente y sirve para justificarme ante mis amigos no futboleros. De la misma manera, en la vida las finales también se pierden en otoño. Sea como fuere, espero que me entendáis cuando os digo que me encuentro desorientado.

    Por suerte para mi blog, me llega la ayuda en forma de un aliado ambiental; el frío. Una rectitud pública obligada por el hecho de llevar abrigo y es que el mismo tallaje de los hombros te hace corregir la postura corporal. Es ponerse un capote y sentirse como un coronel finlandés durante la Guerra de Invierno. Y en la intimidad de casa la cosa no mejora demasiado. Mantita y té calentito, ni rastro del incontenible vigor estival. Visualizo a las personas como pequeñas moléculas de H2O rebotando alocadas entre ellas cuando un agente externo decide ralentizarlas hasta quedar completamente inmóviles. Si solo existiese un dios debería ser el frío.

    En la mitología griega este papel lo ocupaba Bóreas, del que dicen su disputa amorosa con Pan surgieron los pinos. Algunos achacan al primero la muerte de Pitis mientras otros defienden su inocencia en este irresoluto crimen pasional. En este segundo grupo se encuentra el humanista francés François Rabelais. De su defensa de Bóreas podríamos decir que se trata sencillamente de las fuentes consultadas, pero yo creo que había algo más. Rabelais fue médico, escritor y monje. Cambió de orden monacal debido a su excesivo libertinaje intelectual para el siglo XVI y se burló de todo y de todos de boca de sus dos personajes más conocidos; Gargantúa y Pantagruel. Y fue precisamente su constante balanceo en la cuerda floja, su equilibrismo sobre la línea de la herejía, lo que lo empujó a defender el frío. Porque algunas personas lo necesitan, incapaces de refrenarse encuentran en la bajada del mercurio un lugar para invernar hasta que llegue el carnaval.

    Y en esa situación me encuentro. Un Ora et Labora benedictino que permite evitar que me despidan, mis amigos se harten de mí y se me caiga el pelo. Escribir más y salir menos. No por lo explicado anteriormente había dejado de pensar en vosotros, ni mucho menos. Mi cabeza siguió generando ideas para mis columnas de manera continuada; la persistencia de la neumonía como causa de muerte en personajes históricos y literarios eslavos durante mi estancia por el Báltico, una reflexión sobre la estética del limbo o la exagerada presencia de la letra p en las palabras del campo semántico de la opulencia. Unas columnas en cualquier caso que nunca escribiré, pero que quizás existirían si fuese polaco. Decía Mercè Rodoreda de Ginebra, ciudad en la que residió tras el exilio, que “era una ciudad muy aburrida, perfecta para escribir”. Barcelona es demasiado calurosa y excéntrica y como todo buen habitante de la ciudad sabe, la culpa de todo lo que ocurra la tiene la alcaldesa. Así que ya sabes, Ada, vete pagándome una tele nueva.

  • IV. Un juego

    Cristiano Ronaldo celebrando un gol con el Manchester United

    Busco en el fondo del armario y remuevo una pila de recuerdos. Una camiseta de peñas manchada de Kalimotxo con escudo del Celta do Viño, un suéter de Asos que nunca me quedó como al modelo, una gorra de la revolución cubana… «¡Ajá! aquí están«, me digo mientras desempolvo mis viejos botines de fútbol sala. Me dirijo al pabellón y escucho el rugir de la grada, bromeo en el vestuario mientras me enfundó las medias y una vez listo enfilo el túnel con una mezcla de expectación y nervios hasta llegar al campo. Mi gesto se tuerce en una mueca de sorpresa mientras miro a la grada. Está medio vacía. “A caso no saben que hoy vuelve una leyenda?” me pregunto pensativo. “Estarán buscando aparcamiento”. Me pongo a calentar y me molestan las botas, creo que me ha crecido el pie. Dentro del polideportivo municipal debe haber unos 40 grados, ¡Estoy sudando y ni siquiera he empezado a moverme! La grada sigue vacía. Suena el pitido inicial y espero sofocado hasta que me toca salir. El primer control se me queda muy pegado, el segundo demasiado largo. Los pases llegan botando y mis esfuerzos defensivos terminan por desfondarme. “¡Cambio!” grito al banquillo. Salgo un par de ratos más hasta que el árbitro decreta el final del partido. Exhausto, con piernas magulladas y visión nublosa me pego una ducha de las que invitan a reflexionar. He tocado cuatro balones y no puedo ni caminar.

    En esto días que se rumorea la vuelta de Cristiano Ronaldo a España (lo de inyectarse botox en los genitales lo dejamos para otra columna) recuerdo aquella famosa portada del diario Marca, “Tiene 33 años, pero su edad biológica es la de un hombre de 20”. Chequeo su página de Wikipedia y saco la siguiente conclusión; ahora que está cerca de cumplir 38 años andará por los 25 años Marca. Es entonces cuando me doy cuenta, ¡CR7 me ha robado la edad! Ahora todo cuadra, tengo 25 años, pero 38 años Marca porque el cabrón del Bicho me los ha arrebatado.

    La vida es un juego, esa frase que nunca había entendido, cobró entonces todo el sentido del mundo. No quiere decir que cuando el jefe te pida explicaciones le puedas tirar un chúpate cuatro y cambio a amarillo, ni que Ibai Llanos vaya a hacer una vídeo reacción mientras te lavas los dientes. Lo que quiere decir es que el botín es limitado. Un funcionamiento que encaja en la Teoría de Juegos, más concretamente en los juegos de suma 0. Lo que te dan por lo que te quitan. Una balanza, un equilibrio casi nunca óptimo donde una estrella mundial del fútbol puede aprovecharse astutamente para drenar la energía vital de un chaval que vive en Barcelona.

    En la bohemia París de principios del siglo XX se conocieron nuestros dos protagonistas. Los despreocupados artistas eran amigos e intercambiaban pareceres en los albores del nuevo arte. Un día, uno de ellos fue acusado de colaborar en el robo de una obra del Museo del Louvre. Mientras estaba retenido por la policía, el segundo artista fue llevado al interrogatorio donde negó conocer de nada a su, desde aquel momento, antiguo amigo. La obra; la Gioconda, el acusado; Guillaume Apollinaire y el olvidadizo; Pablo Picasso. Tras demostrar su inocencia ambos siguieron en contacto, pero la relación nunca fue la misma. Picasso impresionaba al mundo con su cubismo y Apollinaire hacía lo propio con sus caligramas. El poeta terminó por alistarse al ejército francés durante la Gran Guerra, fue herido por impacto de metralla en la cabeza y acabó muriendo un año más tarde de gripe española unos meses después de su boda. Por su parte, el malagueño gozó de una vida larga repleta de fortuna, reconocimiento y fama. El todo y la nada. Como concursantes de Pasapalabra donde uno se llevó el bote multimillonario y el otro el juego de mesa autografiado por Roberto Leal y sus compañeros de equipo Tania Llasera y Ricky de OT.

    Sirva esta anécdota para ejemplificar mi conjetura. No busco ser citado junto a John von Neumann y Lloyd Shapley, tampoco presentar mi candidatura al Nobel de economía. Mi estilo es más como el chucho de Investigaciones de un perro de Kafka, de alguna manera tengo que justificar mis mierdas y en esta caso, mis mierdas son esta columna. De esta columna, además, se espera una conclusión o mejor aún, una lista de acciones. Las apunto para no olvidarme:

    1. Me tengo que apuntar al gimnasio.
    2. Salir a correr.
    3. Dejar de fumar.
    4. O quizás cambiar.
    5. Quizás de eso va la vida,
    6. de saber cuando toca cambiar de juego.
    7. Probaré el parchís.
    8. O el mus.
    9. O el Tetris, siempre se me dio bien el Tetris.
    10. Encajar piezas.
    11. Encajar palabras.
    12. Y rezar.
    13. Rezar para que Cristiano no se entere.

    PD: Pablo quiso redimirse entregando su escultura Cabeza de Dora Maar como homenaje tras la muerte de Guillaume. Hoy en día, el busto en bronce en la plaza de Laurent Prache nos sirve para recordar que la vida sigue siendo un juego.

  • III. Imprecisos

    Imagen del espacio tomada por el telescopio James Webb

    Hoy es 19 de Julio, el ducentésimo día del año (201º en año bisiesto). Tal día como hoy un tal Agustín I de México fue fusilado por sus propios ciudadanos debido a tener el peor nombre de emperador posible. También coincide la fecha en la que los españoles bailaron a los franceses en Bailén y, según se hablaba en la Holland House, el general Castaños tiró un chiste legendario a un desconcertado Dupont. El mismo día que la Cosa Nostra hizo saltar a Paolo Borsellino por los aires. El día que ardió Roma. Y el día también, por qué iba a escribir esto si no, de mi cumpleaños. Me encanta una buena efeméride y no solo me quedo ahí si no que intento contagiar a los demás de esa fascinación por la coincidencia cósmica, líneas tangentes a la órbita que dibuja la traslación terrestre. Tal es mi capacidad para dar la lata que he llegado a conseguir que a mi expareja le hiciese ilusión haber nacido el mismo día que Franco.

    En este mismo día, pero en 1870, estallaba la guerra franco-prusiana que estaría decantada semanas más tarde. Una blitzkrieg en toda regla que pillo a la aristocracia con el tiempo justo para hacer las maletas y a los Cornudets de turno con poco más que para ponerse a cantar. No los culpo, la falta de perspectiva histórica no les dejó ver que estos nuevos alemanes se ponían calentitos al ritmo del mercurio. Un espíritu belicista que reservaban con muy mala baba para las vacaciones. Más tarde llegaría la Gran Guerra un 28 de julio y tras ella la Segunda Guerra Mundial un 1 de septiembre. Me suena haber visto la figura de Bismarck con un fondo negro tras él y la cita “Las guerras son para el verano”, pero no estoy seguro, quizás era Einstein. Quiero llamar la atención aquí acerca del papel de España en el equilibrio geopolítico internacional. Como hábil trilero haciendo temporada en las Ramblas, sustituye la sed de sangre por sed de cerveza y alcohol de garrafón. Ríos de meadas y abrazos sudorosos como precio a pagar por la paz. Se nos valora poco.  

    Otro 19 de Julio nació el poeta de vanguardias ruso Vladímir Mayakovski. “Que aprendan los contemporáneos a escribir, y también los historiadores imbéciles. “Un notable poeta vivió una vida mezquina y sin interés.”” abría su poema Nacimiento de Mayakovski. Autor de culto para muchos y comúnmente citado por tíos de pelo recogido en bares con el objetivo único de follar (Yo lo acabo de hacer, pero ni estoy en un bar ni tengo pelo recogido). De vida y poesía imprevisible tuvo por contra una muerte bastante certera. Un tiro en todo el pecho apuntando al corazón, a quemarropa para no fallar. Método infalible que pide más valentía que puntería.

    Algo más de tino requiere la compañía neerlandesa, ASML. Encargada de manufacturar la máquina más precisa del planeta, son los únicos que han conseguido mantener el pulso a la estresante ley de Moore con su tecnología de Extreme UV litography. Funcionamiento coral de un conjunto de complejísimas piezas en el cual una gota microscópica de estaño es disparada, dos veces por si acaso, por láseres para crear el plasma que sirve de fuente de luz. La onda rebota en el sistema óptico diseñado por la empresa alemana Carl Zeiss que termina por pintar un patrón en una oblea de silicio con una resolución equivalente a la de nuestro de ADN. Todo esto para fabricar los tan trendy microchips, también conocidos como semiconductores que, al igual que los pimientos, a veces conducen y otras no.

    A diferencia de la ciencia, la historia no requiere de tal exactitud. Quiero decir, en ocasiones se busca, pero no es deseable. Por supuesto prefiero que los cristales de mis gafas sean de marca Zeiss, pero me da un poco de pereza el excesivo revisionismo histórico. Si alguien me dijera “Los espartanos no eran 300 en las Termópilas” o “En realidad Colón no fue el primer europeo en llegar a América, sino que los vikingos…” le respondería con un “Oye, tío, cállate ya”. No os confundáis, lo digo desde el más sincero amor hacia la disciplina. Y es que para aguar la fiesta ya existe la ciencia. Soy de la generación a la que a los 9 años nos dijeron que Plutón ya no era un planeta. ¿A qué clase de desalmado se le ocurre decir eso a un niño? Os lo digo yo, a un físico.

    Hoy, 19 de Julio de 2022, se celebra el aniversario de muchas cosas. Algunas ocurrieron, otras ocurrieron en realidad el 18 o el 20 y otras nunca llegaron ocurrir. Algunas pasarán y se reducirán en la memoria a “el otro día”. Por lo pronto, estoy casi completamente convencido que hoy es mi cumpleaños así que os invito a tomar una copa a mi salud, yo lo haré por vosotros. Feliz cumpleaños a mí.  

  • II. Elegías y elecciones

    Dos hombres batiéndose en duelo.

    Hace ya unas semanas falleció un ser querido, pero no estoy aquí para hablar de dramas. En un arranque artístico decidí escribir unas líneas de camino a Galicia. Un sincero homenaje a la vida de alguien que dio la vida por los demás. Un lamento por aquello que deseamos, pero que por desgracia ya no podemos tener. Con más o menos acierto, más prosa que verso, me sumé a una interminable lista de personas que para evitar pensar decidieron componer una elegía. Ese subgénero heredado de la antigüedad que la LOMCE, o la LOE, o lo que sea, llevo años perdido, nos graba a fuego con las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique. Estudiantes del sistema público de educación español que, como vacas, pasean por las calles del estado con una marca de ganado que reza Cualquier tiempo pasado fue mejor. En otros países llevarán otras marcas e imagino que en Rusia exhibirán algún fragmento aleatorio de La muerte del poeta.

    Como marcan los cánones del romanticismo, Aleksander Pushkin murió en duelo a la corta edad de 37 años. El Poeta, al parecer, se enfrentó a un hombre portando un arma que había sido trucada haciendo imposible su empresa de defender el honor de su esposa. Tal fue el impacto de la muerte de este pionero de las letras rusas en el joven Mijaíl Lérmontov que, además de dedicarle su celebérrimo poema, dio un paso más allá al emular también su mortis causa cuatro años más tarde. Son cabezudos estos románticos. No sorprende que Lérmontov sea además el autor favorito de Putin al que sin duda se le fue de las manos aquello de Un héroe de nuestro tiempo.

    En Rusia, leí, surgió un imitador de McDonald’s tras el cierre de la empresa americana. Para el rebranding, se rotó ligeramente la icónica M dejándola en algo similar a una B. ¿Y su nombre? Tío Vanya. El vertedero en el que se ha convertido el panorama informativo me hace dudar de la veracidad de la noticia, pero no puedo evitar conectar los puntos. Una cadena de comida rápida con nombre de obra de Chéjov, Quevedo y Rosalía como referentes de la música urbana en España o, mi favorito, la estrella de OnlyFans Dulcinea. La cumbre de la creación artística literaria al servicio de la cultura de masas. Pensándolo bien, quizás no deja de ser un paso más en la evolución natural de la moda retro. Camiseta del Borussia Dortmund de la temporada 96/97, pseudónimo prestado de la Generación del 98, cadenita de oro y a petarlo en TikTok.

    Siguiendo con Rusia, también leí acerca del despliegue de un centenar de soldados de élite franceses. Estos descendieron en paracaídas como relámpagos sobre suelo estonio en una operación de carácter preparatorio y disuasorio. Una exhibición de músculo militar (el mayor gasto en defensa de la Unión) para mostrar su compromiso con la defensa del flanco este. El tema es, no está la movida como para que una inocente vanaema estonia se vea sorprendida por unos paracaidistas armados con fusiles de asalto. Imagínense la confusión al ver las tropas cayendo del cielo escoltadas por aviones de combate.

    Más que probable es que las aeronaves llevasen la marca de Dassault Aviation, filial del gigante francés Dassault Groupe. Fundado por Marcel Dassault, el grupo industrial francés extiende su influencia a través de sus múltiples ramas. La dedicada a software de diseño 3D y gestión de ciclo de vida del producto, Dassault Systèmes. O la división mediática que controla el noticiario conservador Le Figaro. Para facilitar su reconocimiento, Dassault Aviation es el fabricante de los aeroplanos comerciales Falcon (Sí, el de Pedro). Además del éxito empresarial palpable en las cuentas anuales del grupo, la familia Dassault fue noticia por un motivo más trágico durante el año 2021. El nieto de Marcel, Olivier, que fuera diputado en la Asamblea Nacional y presidente del grupo falleció en un accidente de helicóptero. El titular en mi cabeza: “Fabricante de aeronaves fallece en accidente de aeronave”.

    ¿Veis por dónde voy? ¡La muerte de Olivier estaba anunciada! ¿Cómo iba a morir si no? Siento un placer culpable por estas defunciones “redondas”. El inventor de Segway palmándola en accidente de Segway, Marie Curie por la exposición a la radiación o nuestro par de poetas románticos batidos trágicamente en duelo. ¡Y es que así cualquiera escribe una elegía! De hecho, no me extrañaría que el impostor de Mijaíl la tuviese preparada. O la hubiese robado de un almacén secreto donde están guardadas las elegías pasadas y futuras. Las de esas muertes que cuando ocurren el familiar de turno dice “Murió haciendo lo que más quería” o “Si hubiese podido elegir cómo, lo hubiera hecho así” al más puro estilo viejo Casale.

    Me pregunto si la elegía de mi muerte estará guardada en esa sala. La semana pasada se precipitó de la estantería un tomo de la obra completa de Chéjov y al encontrarme considerable mamotreto sobre el sofá, rumié sobre las posibilidades que la contusión hubiese terminado en un desenlace trágico para mi persona. Estoy aquí escribiendo esto, así que esta claro que por ahí no van los tiros. En cualquier caso, si pudiese elegir mi muerte evitaría de todas maneras lo previsible. No podría aguantar a un imbécil ridiculizándome en un WordPress dentro de 200 años. Quiero ser ese viejo de vida longeva que fuma un paquete de tabaco al día y se baja tres carajillos. Aparecer en un reportaje de Televisión Española por mi 150 cumpleaños recomendando una copita de vino al día. Que la gente se pregunte “¿Cómo cojones sigue éste vivo?” En realidad, ¡ni siquiera quiero morir! Pero si lo hiciera, por favor, haceos los sorprendidos.

  • I. La razón de la huida

    Retrato de Margarita de Valois

    El ambiente se ha vuelto pegajoso y los olores más intensos lo que me indica, sin necesidad de calendario, que ha llegado el verano. Cierro mis ojos mientras estoy tumbado boca arriba y el Sol dibuja formas geométricas de colores vivos en mis párpados. Los abro y solamente veo un cielo azul, muy azul, y nubes blancas. Los vuelvo a cerrar y el lienzo ha cambiado totalmente. Donde antes había círculos anaranjados ahora hay hexágonos rojizos. Muevo ligeramente mi cabeza y la realidad toma un aspecto caleidoscópico. Me decido a volver a abrir los ojos y nada, no hay manera, el mismo cielo azul con las mismas nubes blancas. ¿Dónde habrá quedado esa composición variable que intuía una orgía desbocada de colores primarios?

    La naturaleza, al igual que las personas, debe disponer de una noción de la intimidad, de un sexto sentido que le avisa cuando un par de ojos se clava en su nuca y vulnera su privacidad de la manera más flagrante. Un instinto natural por el cual los átomos deciden taparse las partes cuando un atrevido observador está a punto de descubrir su esencia más pura, dificultando sobremanera la elaboración de teorías científicas. Es solo a veces cuando ese observador curioso, oportunista o malicioso hace saltar por los aires este hermético secretismo y alcanza aquello que por su propio carácter se oculta: la verdad.

    Hace unos días salió a la luz un vídeo sexual de un conocido presentador de televisión. Por supuesto “salió a la luz” no deja de ser un eufemismo para referenciar un más que probable delito penado y que constituye uno de los mayores riesgos del siglo XXI. La proliferación de los sistemas de vídeo y la insaciable perversidad del ser humano cimentan una práctica tan peligrosa como atractiva. Yo mismo me he visto seducido por ese placer, y es que verse a uno mismo follar tiene su punto, no lo vamos a negar. Y otra vez, con ese impostado puritanismo seguimos tildando estas revelaciones como escándalos.

    De auténticos escándalos sexuales está llena la historia. Prueba de ello la saga de los Valois en Francia, especialmente en su etapa tardía de poder a finales del siglo XVI. Infidelidades, enfermedades venéreas y regicidios que definieron la historia de occidente. A diferencia de sus hermanos, la reina Margot aguantó una vida sexual desenfrenada de la que tampoco salieron muy bien parados sus amantes. Se dice que conservaba sus corazones en formol e incluso la cabeza del decapitado por traición Boniface de la Molle. No había vídeos, pero me jugaría un dedo a que le ponía como una batidora montárselo frente a un espejo. Por cierto, idea de cita: visitar el museo de ciencia de Londres para ver en vivo el cerebro conservado químicamente del considerado padre de la computación, con permiso de Ada Lovelace, Charles Babbage.

    Su marido Enrique IV fue el reconocido rey de Francia estabilizador de las guerras religiosas entre protestantes y católicos, navarro y al que se la atribuye la celebérrima frase “Paris bien vale una misa”. Y ojalá fuese todo tan fácil como aceptar una doctrina que no te importa lo mas mínimo. Y es que siempre he dicho que aceptaría cualquier tipo de rito religioso con tal de estar con la persona que amo. Debo ser de los pocos gallegos nacidos en el siglo XX al que sus padres decidieron no bautizar y abrazaría con gusto el catolicismo en una ceremonia compuesta por una ducha a medias y un reconocimiento de mis pecados ante dios. De la misma manera que me circuncidaran u obligasen a peregrinar a La Meca. Y no, no estaría mintiendo. A fin de cuentas, ¿qué más da? La mera indiferencia no merece una novela.  

    En cualquier caso, la luz de París claramente vale una misa. Esa capital europea que a tanta gente atrae, precisamente, para ocultar la verdad. Al checo Milan Kundera que como el profesor de su Nadie se va a reír se dio cuenta que los muros de las casas tienden a volverse transparente. O al magnífico Cortázar que el miedo a enfrentarse al hábil intruso en Casa Tomada terminó por expulsarlo, despojarlo de su propia guarida. ¿Por qué tanto recelo en pasar desapercibido?, te preguntarás. Pues por la misma razón por la que nuestras huellas dactilares nunca son iguales, para conservar aquello que nos hace únicos, la fórmula secreta de nuestra humanidad.

    Y eso es lo fundamental de la cuestión, elegir cuántas millas estás dispuesto a huir, discursos en los que mentir y amores que sacrificar por mantener TU verdad a salvo. Rechazar cookies, nunca filmarte durante el coito o votar en blanco. Cerrar los ojos y cerrárselos a los demás. Aún nos quedan maneras de seguir corriendo.